MerryGoRound

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sábado, 24 de septiembre de 2011

Hace mucho tiempo ya, millones de años atrás, cuando los árboles, flores, lagos y ríos cubrían la Tierra, y esta era aún nueva, pura y limpia, existió un noble, poderoso y amoroso reino conocido como Xalia. Estaba formado por 246 ángeles; su Dios los dejó en nuestro planeta para cuidarlo, preservarlo y protegerlo, compartiendo generación tras generación la manera correcta de vivir en compañía de la naturaleza.

Se dice que los ángeles eran guiados por 5 individuos de raza superior: Los Heraldos. Estos eran los ayudantes más poderosos e inteligentes de Dios, eran sus hijos. Cada Heraldo poseía una habilidad única en aquél nuevo mundo, una extraordinaria capacidad que debía compartir con los demás. El mayor, fuerte y con gran experiencia, era el único Heraldo que sabía volar. De pensamiento profundo, silencioso y tranquilo, recibió aquella habilidad un día mientras observaba a su padre crear galaxias, planetas y estrellas. Se preguntó entonces cuál sería la manera más rápida de verlo todo; lleno de curiosidad, soltó la mano de su padre, quien al verle alejarse sintió miedo, pero no le detuvo. El pequeño se vio rodeado de astros y cometas y, en un impulso deliberado, los siguió con rapidez y desenvoltura. Al hacerlo, su padre observó absorto la mirada extasiada de su primogénito, quien se dejaba guiar por las estrellas. Cuando hubo dado 4 vueltas a una pequeña y rosada luna, el pequeño regresó con su padre, quien le extendió la mano. Al tener contacto con ella, un intenso haz de luz iluminó la espalda del niño y, cual magia, hizo salir de ella cientos de plumas que rápidamente se juntaron y formaron un par de bellas alas. Su padre, sonriente, expresó con alegría: "La única manera de aprender a volar es logrando alcanzar lo imposible. Cuando lo hallas hecho, podrás disfrutar los grandes tesoros que la victoria guarda. Recuerda ello y podrás volar por siempre, Alfa".

~Paradise~
Capítulo I: Mensaje

-Espero que esté poniendo especial atención a la clase jovencito...
El joven alejó su vista del bello cielo que se veía a través de la ventana y miró con seriedad al profesor que le hablaba.
-A menos claro, que se crea lo suficientemente listo y preparado para la prueba de mañana -soltó el adulto con un dejo de fastidio.
-Lo estoy -respondió el joven con una media sonrisa-. No es la primera vez que escucho esa leyenda.
-¿¡Es que acaso pretendes burlarte de mí?
-En lo absoluto. Es sólo que me resulta aburrido escuchar algo que recuerdo desde que tengo uso de memoria -añadió con ironía el joven-.
-¡Es suficiente! ¡Largo de mi clase! ¡Váyase! 
-Con gusto, "querido profesor" -respondió burlón el muchacho tras tomar sus cosas y dirigirse a la puerta-.
Tan pronto estuvo afuera del aula, golpeó la pared con el puño. Molesto, se dirigió al auditorio del colegio. Era ése el único lugar en el que se sentía tranquilo.

Llegó al enorme cuarto y se aproximó al asiento de aspecto frágil y viejo en el cual siempre se acomodaba. Su lugar, el que había ocupado desde hacían ya 3 años. El recinto era enorme y silencioso, pero no caluroso. Tanta tranquilidad le traía recuerdos y le alegraba en muchas ocasiones, pero esta vez no parecía funcionar. Sentía un ligero dolor de cabeza y tenía la impresión de que se le había olvidado algo. Algo inútil, tal vez importante, pero algo o alguien.
-Te extraño papá.
-No me extraña que lo necesites tanto.
El chico se puso de pie con rapidez y volteó. Exactamente a 2 filas detrás de él, una jovencita de aspecto humilde, con los brazos y piernas cruzadas, le miraba. 
-¿Quién eres tú?
-Pues al parecer una chica que estudia aquí -respondió la joven-.
-Eso podría saberlo cualquiera, niña lista -afirmó con enojo el muchacho-. Dime tu nombre y explícame que rayos haces escuchándome.
-No sabía que escuchar lo que la gente dice en voz alta era un delito -expresó la muchacha con naturalidad-. Mi nombre es Carolina, pero no creo que sea importante que lo sepas. Me interesa saber quién eres tú, Frederick.
A Frederick le pareció extraño que la chica supiera su nombre.
-Me parece que es mi turno de responder obviedades -alegó el chico con burla-. Aunque tal vez no te suene, mi nombre es Frederick Richards, y asisto a esta escuela -añadió con sorna-.
"Carolina" soltó una risa breve.
-Parece que sabes jugar a esto -expresó con tranquilidad-. Vale, es mi turno. Eres hijo de Frank y Erika Richards. Tu padre acaba de morir hace un año y tú no sabes más de tu madre que lo que Frank te contaba cada noche antes de dormir. Ambos eran historiadores.
Frederick tartamudeó.
-No sé de qué me estás hablando.
Por supuesto que lo sabía.
-¿Es que acaso ahora jugamos a no saber nada? -preguntó Carolina-. Vaya que no los comprendo.
-¿A quienes?
-A ustedes los hombres -completó Carolina-. Siempre buscan respuestas a lo que no pueden entender, sin darse cuenta que poco a poco han ido perdiendo la capacidad de contestar lo más simple.
Frederick sonrió.
-Ya veo. Ahora me vas a decir que no eres humana y que eres algún tipo de extraterrestre. Lamento ser yo quien te lo diga, pero esa idea ha sido ya demasiado explotada. Búscate una mejor excusa.
-¿Alienígena? ¿Te refieres a los seres que ustedes señalan como viajeros espaciales? Me sorprende que sigan creyendo semejante tontería. No cabe duda que sus líderes se aprovechan de su ignorancia.
-Bueno, cuando hallas terminado tu interesante monólogo, me interesaría saber quién de la clase te mandó a espiarme. Apostaría mi pulgar derecho a que ha sido el profesor quien te ha mandado a por mi.
-Me interesa saber cómo me darás ese dedo cuando sepas que estás equivocado.
-Vale, vale, puedes continuar tu jueguito infantil en otro lado. Sólo dime quién te mandó y vete.
La joven levantó su índice izquierdo, dejando ver un brillante anillo con una hermosa piedra color azul incrustada en el centro.
-He sido enviada por la Órden del Ave para obtener cierta información.
-¿Órden del Ave? -preguntó burlón Frederick-. Y supongo que tú eres la que entrega recados y trae los cafés en los recesos de las juntas, ¿o me equivoco?
-Rotundamente, puesto que sabes bien a qué me refiero cuando hablo de dicha organización. Tu padre perteneció a ella, sé perfectamente que te lo dijo antes de morir.
-No sé de qué demonios estás hablando.
Algo en el interior de Frederick comenzaba a desacomodarse. Vagamente recordó lo último que escuchó de su padre el día que partió. "Alguna vez formé parte del Ave, pero erré al corromperme con sus plumas". En aquél entonces la frase no tuvo sentido, pero ahora que la chica lo mencionaba...
-Hablo de tu padre, Frank Richards, quien fue miembro destacado de la Órden del Ave por su larga trayectoria como historiador y antrópologo. Hablo del hombre que fue testigo y partícipe de grandes descubrimientos de la historia antigua. El hombre que se enamoró de una mujer que jamás debió entrar en su vida, una mujer que lo llevó a cometer un acto terrible que lo obligó a dejar la Órden y esconderse durante años hasta su muerte. El iluso que fue capaz de robar el rosario que cuelga de tu cuello, Frederick, y que perteneció al primer Heraldo, hijo del Creador, conocido como Alfa.

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