La brisa nocturna que congela el alma...
Besé su vientre y dejé caer mi cabeza en él. Ella se limitó tocar mi cabello. Levanté la mirada con la intención de ver su rostro, pero el mismo se ocultaba tras sus pechos. Levemente altivos, pequeños y delicados. Quise decirle muchas cosas, pero me limité a abrazarle con fuerza. Ambos sudábamos, agotados ya.
-¿Alguna vez te conté porqué era tan callada cuando era más pequeña?
Moví mi cabeza de forma negativa, acariciando su vientre, y le pedí que siguiera hablando.
-Cuando mis padres se separaron, ninguno quiso hacerse cargo de alguno de sus dos hijos. Era de esperarse. Ambos buscaban alejarse lo más que se pudiera de sus errores, de lo que les unía, de ellos mismos, así que mi hermano mayor y yo acabamos con nuestra abuela materna. La pobre anciana tenía ya una avanzada edad, y murió hace poco, de hecho. Noble y fiel creyente desde que perdió a su primer hijo en la década de los 30's, supo llenar ciertos huecos que a mis padres jamás importaron. Recuerdo todavía con nostalgia como cada noche antes de dormir nos acompañaba mientras orábamos pidiendo a Dios lo mejor que pudiera darnos. La abuela, aunque vivía con la tristeza y la decepción de tener una hija tan inestable, rogaba cada noche al Santo padre que le cuidara, guiara y aconsejara si era necesario. No creo que sirviera de mucho. Cuando cumplí 12 años, y mi hermano ya tenía 14, mamá murió. Fue doloroso para la abuela acudir a identificar el cuerpo: falleció en un hotel de paso tras ser violada y maltratada. Aunque mi abuela había querido ocultarlo, Fernando y yo no pudimos evitar darnos cuenta de lo que hacía mamá por las noches. Cada noche salía vestida de la manera más extravagante y menos cubierta posible. Regresaba pasada la madrugada, pasada de copas, con el rostro sucio y desencajado. Sí: mi madre era prostituta.
Una débil brisa entró por la ventana de la habitación, trayendo consigo un curioso olor a tierra mojada. Nuestros cuerpos desnudos se estremecieron. Su voz era tranquila y sincera, pero también emotiva. No supe qué decir. Mi caso era totalmente diferente: una familia normal, con problemas normales y situaciones normales. No tenía idea alguna de lo que se sentía experimentar tanto dolor a tan corta edad.
-Cuando mamá murió, la abuela lloró mucho. A partir de entonces pasó el resto de sus días cargando con el dolor de haber perdido a sus dos únicos hijos, culpándose por ello. Fernando y yo tratábamos de animarla con nuestras notas en la escuela, con nuestros logros pero, por más que se mostrara complacida y orgullosa de ambos, siempre supimos que ella no volvería a ser la misma. Fue duro afrontar esa verdad, porque la amábamos. Ella era nuestro todo: nuestra protectora, nuestra guía, la mujer que nos decía "Los amo" cada noche. Desde pequeños mi hermano y yo aprendimos que, a veces, es imposible sanar el corazón de aquellos que tanto amamos. Fue muy triste, pero ella nos tenía aún a nosotros, y por ello no se dejó caer hasta hace poco, cuando Fernando obtuvo su beca para estudiar en una Universidad de Alemania y yo entré al tercer año de preparatoria. Ambos coincidimos en que ella estaba agotada (tenía 88 años), pero no podía irse sin estar segura de que estaríamos bien. Cuando ella se fue, lloramos mucho. Cuando mamá murió, recuerdo que fue la abuela quien más se lamentó. Nosotros nos mostramos impasibles. A decir verdad, le teníamos cierto coraje por poner triste a la abuela. Pero esta vez, al decir adiós a nuestra verdadera madre, la que nos crió con tanta ternura, no pudimos evitar sentir un enorme dolor. Ella era nuestro todo. Estoy segura de que ambos dejamos algo de nosotros al despedirla en aquella tumba.
Las lágrimas ya rodaban por mis mejillas cuando empecé a sollozar. La abracé aun con más fuerza y le juré amor eterno. Le prometí hacerla feliz, prometí hacer cuanto pudiera por ella. Le conté lo bella que era, cuanto significaba para mí su relato y lo mucho que me había conmovido. Ella se limitó a responder a mis caricias, con lentitud y ternura. Nos dimos un beso. Ambos llorábamos ya. Nuestras mejillas se encontraron mojadas, sonrojadas. Susurré en su oído lo bello que había sido encontrarla en aquél momento de mi vida. Ella posó su mano en mi pecho y, con los ojos más brillantes y empapados que he visto, se limitó a susurrar:
-Prométeme que seguirás aquí en la mañana.
Temblaba. Su respiración era agitada. Me acerqué a la mesita de noche y apagué la pequeña lámpara que iluminaba la escena. Tomé sus manos y pegué mi frente con la suya. Todo era oscuro, silencioso e íntimo.
-Prometo estar aquí hasta el día en que ÉL quiera separarnos.
Ambos sonreímos en la oscuridad...
I can fap to this
ResponderEliminar