MerryGoRound

MerryGoRound

viernes, 10 de agosto de 2012


Son las tres de la mañana, no tengo sueño si he de ser sincero. Hacía mucho tiempo que no escribía nada, a decir verdad bastante tiempo. Y es que en realidad este espacio se convirtió para mi durante algunos meses en una especie de diario donde expresaba mis ideas, algunas aspiraciones, mis vivencias más ridículas, mis aventuras con mis amigos, mis poemas, la música que me gustaba pero principalmente pequeñas historias que nacían en momentos muy específicos y las cuales jamás terminé. Ninguna. Si soy sincero, pienso en esta como mi último escrito por aquí en algún tiempo. Lo sé ¿Cuál es el sentido de escribir de nuevo en este lugar si no lo volveré a hacer pronto? Bueno, sucede que esta noche mientras escuchaba música en mi Ipod (sí, como sucedía casi siempre que deseaba escribir en el pasado) me encontré con algunas de esas canciones viejas que cargan recuerdos consigo, las que al escucharse parecen armonizar un fragmento de tu película de vida, aquellas que te ponen melancólico y te hacen reflexionar de lo que vives, lo que quedó atrás y cuan importante fue en tu vida.

Y esto me lleva a hablar de la foto que está arriba. Esta muestra una parte de lo que yo llamo mi "locker", una especie de armario donde guardo mis objetos personales. Como pueden ver, comparto con ustedes algunas de mis pertenencias, sin embargo las piezas más importantes de este lugar están en la parte de atrás del mismo. Como puede apreciarse, guardo con cariño una foto de mis compañeros del último año de preparatoria, el grupo de "Exactas" de la ESBO #8. Y al nombrar a esta escuela abro entonces un libro que llena gran parte de mi vida hasta este momento, un capítulo que hace aproximadamente un mes cerré con honradez, orgulloso y al mismo tiempo lleno de expectativas. Así es, pronto entraré a la universidad. De hecho estoy a escasos 3 días de empezar esta nueva etapa y no mentiré: me llena de emoción y adrenalina. Soy de ese tipo de personas que suele sugestionarse con lo que le cuentan los demás e incluso a veces soy exagerado, es verdad, y sin embargo no puedo más que sonreír cuando hablo de la que se convertirá en mi "Alma máter". Después de todo, no muchos jóvenes cuentan con la oportunidad que en este momento se nos presenta tanto a mi como a mis amigos y no sólo eso, estoy entusiasmado por que sé que este plantel me brinda infinidad de oportunidades para sobresalir y explorar los campos de aquellas ramas laborales que me agradan. En fin, como dije, hablar de esta nueva etapa a punto de iniciar me llena de felicidad.

Y sin embargo, existe una pequeña parte muy dentro de mi cabeza (no me gusta referirme a ella como "el corazón") que está triste, y al mismo tiempo llena de júbilo. Esta parte debate continuamente sobre lo que sucedió mientras estudié seis años en la escuela ya mencionada (pero sobre todo sobre lo sucedido en la preparatoria). ¿Por qué? Sencillo: durante estos años aprendí infinidad de cosas, conocí a personas que han marcado mi vida desde el momento en que cruzamos palabras y, sobre todo, he cometido tantos errores y he sido tan feliz que es inevitable que hable sobre extrañar lo que dejo atrás. Es por eso que objetos que me recuerdan esta etapa son tan importantes para mi, como la fotografía de todos, los regalos de cumpleaños, los detalles, mis inseparables cartas. Porque en este momento gran parte de lo que el día de hoy soy se debe  a mi familia y a esa escuela. 

Tan sólo al recordar la secundaria sonrío. No me agradó mucho esa etapa, y aunque sea vergonzoso debo decirlo: fue en ella donde más errores cometí, donde más solo me sentí y donde me sentí perdido en cierto punto. No me creo el único; esa etapa en particular empezó entre mis doce o trece años, pasaba de la infancia a la adolescencia y obviamente la clásica confusión del chico se hizo presente. Tuve problemas con mis padres, fui malo con mis hermanos y aunque afuera era siempre el chico listo y maduro que a los profesores agradaba, por dentro me sentía un poco solo, un bicho raro que no tenía amigos de verdad. Fue en mi segundo año de secundaria cuando conocí a un pillo que se convirtió en mi amigo, mi apoyo, mi hermano: Alejandro. Por esos años ambos estábamos perdidos, cada uno sumido en sus propias dudas, y sin embargo no puedo negar que nos encontramos en el momento justo. Ambos, unos soñadores locos (¡lamento si esto te ofende gran amigo!), hablando de música, Naruto, la vida, la historia, en fin: tópicos jamás nos faltaron. A partir de el encuentro con este muchacho las cosas fueron más sencillas. Ambos compartíamos problemas, y sin embargo juntos nos divertíamos junto al caos usual de la escuela. Fueron divertidos esos tiempos. De esa amistad aprendí una gran lección: la arrogancia puede ser el peor enemigo de cualquier persona. 

Y pasó el tiempo y pronto la secundaria terminó y llegó la hora de avanzar a la preparatoria. Recuerdo borrosamente cuan nervioso estaba ante los resultados de admisión. Arrogante como siempre, no estudié ni un poco para el examen de selección aún sabiendo que mis conocimientos eran aceptables más no altos. Fuera como fuera y entre el nerviosismo y la duda, logré entrar a la preparatoria; la misma suerte tuvo mi inseparable amigo. Pero una ley de la vida se hizo presente justo antes de empezar el nuevo juego: "Nada es para siempre". Y yo quedé en el grupo "B" y él en el "A". Y de pronto me sentí solo de nuevo. Ahora veo que todo depende de donde se mire: siempre bastará con ser amable y tolerante para encontrar un nuevo amigo, pero yo siempre confundido en ese momento no lo entendía. Al fin y al cabo, mi primer día de bachillerato lo pasé cerca de algunos conocidos de mi anterior salón de clases. No pintaban bien las cosas, pero era cuestión de acostumbrarse pensaba. Para el segundo día por simples azares del destino y como muchas veces he contado a quien guste escucharme, el ahora director del nivel de secundaria, el profesor Ignacio Orozco me cambió de lugar y justo entonces encontré a quienes se convertirían en mi nuevo equipo de trabajo: Fermín Leonel, Roberto Álvarez (quien curiosamente es el hermano de Alejandro) y Osvaldo García. Debo ser sincero, mi primera impresión de Fermín fue "es un pobre imbécil". A decir verdad actuaba extraño y en un principio no fue particularmente amable. Roberto por el contrario era en extremo reservado y Osvaldo por el contrario sumamente era accesible. Ellos ya se conocían de secundaria y de alguna forma eran capaces de trabajar juntos. Con el paso de los días sin embargo fui conociendo aspectos de la historia de cada uno. De Osvaldo, el brillante joven proveniente México hacía poco más de un año (y quien pronto se convirtió en uno de mis grandes rivales, ambos haciendo la promesa de lograr un promedio excelente al terminar la preparatoria), pero sobretodo Fermín, el chico solitario de secundaria que solía pasar muchas horas con su único amigo y quien en esencia no era malo pero había aprendido a defenderse de la gente de maneras peculiares. Y pronto empecé a hallarme a gusto en ese lugar. Me agradaban esas tres personas, a quienes se les uniría después una amiga que se definió por su sinceridad, su valentía, su forma tan peculiar de ver las cosas y su positivismo: Berenice; disfrutaba su compañía, la de cada uno en su respectivo momento y lugar, reíamos juntos, bromeábamos en algunas ocasiones juntos y seguíamos creciendo. En particular hallé en Leonel a un gran amigo, creativo y un tipo siempre aburrido en busca de entretenimiento. A decir verdad siempre fue divertido estar a su lado haciendo quien sabe que tanta estupidez. Y luego conocimos a Omar, el chico callado de hasta atrás que pronto nos mostró su gran afición por el juego de cartas Yu-Gi-Oh y que curiosamente yo como muchos jóvenes solíamos jugar cuando niños en el jardín de niños o la primaria. Y pronto entre él y Fermín también nació un sólido compañerismo, una especie de fraternidad y entendimiento mutuo. Con el profesor Mendoza enseñando matemáticas extremas, las clases extrañas de Geisar, los cansancios en cada hora de Mary Carmen y los chistes del profesor Ignacio quien impartía química el primer año transcurrió rápido. Y me sentía más seguro y feliz. Veía con agrado a tal muchacha, empezaba a escribir cada vez más y Leonel me alentaba con expresiones de agrado. Fue por esos tiempos donde nació este blog, donde regresé a jugar cartas con mis amigos y todo transcurrió entre risas, poemas y aventuras.

Llegó entonces el segundo año, y aquí las cosas cambiaron. Hace poco, hablando con una chica muy peculiar, Vania, ambos coincidimos en una opinión: fue en el segundo año donde muchos nos separamos, donde muchos nos dejamos guiar por el "yo" en vez del "todos" y fue entonces cuando muchas cosas se salieron de control. Ahora que veo las cosas desde una perspectiva un poco, tan sólo un poco más objetiva, me doy cuenta de que en cierta forma yo fui una de las personas que evidenció esa especie de inmadurez que se debatía entre el deseo de crecer aún más y ayudar a otros a hacer lo correcto. No pretendo extenderme en el tema pero lo que sí puedo decir es que con el tiempo y ante tantos errores aprendí otra gran lección: "No puedes pretender ayudar a cambiar el mundo si no estás seguro de lo que eres tú". Y justo en este proceso de risas, juegos, caídas y más aventuras me doy la oportunidad de conocer a quien antes vi con recelo: a mi ahora incondicional amigo y compañero Daniel Hernández, un chico tan peculiar como pocos los había, visto como rebelde y problemático incluso en un principio por mi, con ideales diferentes, similares, iguales a los míos en fin, un joven diferente, listo, con un sincero sentido de la amistad y uno de la justicia con el cual solía tener problemas al no siempre concordar. Sea como sea las cosas siguieron el curso que les dimos y más rápido de lo que imaginamos nos encontramos en el tercer año sin Fermín (quien salió de la escuela por prácticamente decisión propia), en grupos separados (esto debido al área que cada uno debía tomar de acuerdo a su predilección con respecto al campo laboral en el que se pretendía trabajar) y cada vez más cerca a la universidad.

Y fue en este último año donde al menos yo empecé a notar cada vez más lo importante que había sido esta etapa a lo largo de mi vida. Pero soy sincero respecto a eso, muchos compañeros que tuve siempre me vieron como a un idealista, un tonto al valorar las pequeñas acciones que en algunos veía, y no los culpo: yo mismo a veces me enrredaba entre mis ideales, muchas veces no los seguí tal y como los hablé e incluso caí en el pesimismo de otros, más veo ahora con agrado que en esencia sigo creyendo lo mismo, que ayudar a los demás y tratar de entender su pensar y actuar puede darte una pauta para hacer algo por ellos e incluso aprender de lo que te brinden o lo que no  deseen concederte. No lo negaré, quizá el último año fue el más fragmentado probablemente debido a que para ese momento cada uno tenía ya un grupo establecido de amistades, un grupo del cual provenía y una faceta muy marcada de su personalidad. Sé perfectamente que hay quienes siguen afirmando que en realidad fuimos un asco como grupo, que nunca fuimos unidos o solidarios y que fracasamos en términos de solidaridad. Hasta este momento no he llegado a compartir esa idea, aunque soy objetivo y digo que tuvimos errores. Sea como sea, para mi el grupo "Exactas" fue una gran experiencia, divertida, maravillosa al brindarme la oportunidad de reencontrarme con viejos amigos (Como Luis, un amigo al cual le debo muchas lecciones y a quien le guardo un gran cariño, o Heliodoro, con quien resolví muchas viejas rencillas de la secundaria, o Erick, un muchacho a quien rápidamente agarré cariño por su franqueza en fin, podría hablar hasta de las muchachas que llamaron mi atención durante este último año pues a mi parecer fueron muchas las personas que hicieron de este tiempo algo más que un ciclo escolar). Este último año me mostró muchas facetas de los adultos, de mis profesores me llevo muchas lecciones, me llevó ese desafiante intento de enseñanza de mi maestra de Filosofía, me llevo el peculiar detallismo de mi maestra de Probabilidad y Estadísticas, me llevo las frases de ambos Mendoza y Pantoja en fin, para mi este año no fue nada malo. A decir verdad fue uno que me permitió ver otros puntos en este extraño campo que llamamos vida. Me di la oportunidad de escuchar a quienes antes simplemente evite y traté de compartir con muchos positividad y alegría. No estoy arrepentido de lo que hice. Sé que incluso ante tantos errores de todos he aprendido algo y por ello doy gracias. Pues por ellos soy quien en este momento escribe esto, por ellos ahora entiendo aún con mayor claridad la importancia de la palabra "amigo", lo fundamental que es la "positividad" ante tantos problemas y lo útil que es tener preciso lo que ser un "hombre" significa dejando lado todo machismo e ideas viejas y maltratadas. Porque sólo retomando aquellos valores que muchos defendieron en el pasado y mejorando lo ya hecho se puede seguir adelante.

Esta noche escuchaba música sin poder dormir. Desconozco en realidad si he de dormirme pronto. Son ya pasadas las cuatro y media de la madrugada pero el sueño aún no me vence. Me siento nostálgico, feliz ante tanto que he aprendido, triste al saber que las cosas no serán tal y como lo solían ser en la preparatoria, ansioso ante un nuevo inicio y bueno, un poco adolorido del cuello al no estar una posición muy conveniente para escribir jejeje. El punto es que sigo aquí y por mucho que piense en todo lo que viví con cada persona especial en esa escuela no lo traerá de vuelta. En realidad no se puede traer de regreso algo que se lleva tan clavado en el corazón. Hace unas horas mi amigo Omar comentaba viejas fotografías en Facebook. Cada una simbolizando un momento, cada una particularmente especial. "¿Ataque de nostalgia?" pregunté. "Aburrimiento" me dio a entender. 

Tal vez me suceda lo mismo, tal vez simplemente tuve la necesidad de hablar de ello antes de dormir. Sea como sea no dejaba de pensar en ello y como no sucedía en mucho tiempo tuve deseos de redactarlo. Ahora debo decir adiós, pero no por mucho. Le prometí a una persona especial que las cosas al separarnos no serían diferentes, que el hecho de estar lejos no tenía que arruinar lo mucho que nos apreciábamos. Le prometí que si en verdad lo deseábamos estaríamos siempre en contacto. No sé si pueda demostrarlo, pero sé de antemano que son las promesas más difíciles las que mayores sentimientos llevan consigo. Por el momento debo seguir adelante y disfrutar de las nuevas aventuras. Quizá en un futuro escriba sobre ellas aquí, pero no puedo saberlo aún y francamente no tiene sentido gastar tiempo pensando en ello. Vivamos el presente, guardemos con agradecimiento el pasado, aceptemos su existencia, aprendamos de nuestras caídas y tengamos la entereza para sonreírles a otros. Esa es una de las tantas de misiones que nos tienen aquí. Quizá más adelante hable diferente pero no importa. Mi único deseo es no caer en el pesimismo de muchos mayores. Quiero heredar un verdadero futuro, no fantasmas del pasado; quiero ser como mi madre y mi padre, quiero proteger aquello que tanto ame; quiero a mis amigos conmigo y, por último, quiero realizarme como ser humano para, como siempre lo he dicho, tener la dicha de llegar a viejo sordo y contarles a mis nietos tanta desventura a esta edad la mía. 

Hasta pronto amigo, los llevo siempre conmigo: a todos lados, en el alma. Después de todo no por nada  mi palabra favorita es Kizuna.

César Salvador

lunes, 6 de febrero de 2012

La última ruleta del carrusel

Hace algunas horas mi santo ha terminado oficialmente. Al fin soy un adulto de 18 años de edad, y debo admitir que estoy aterrado y emocionado al mismo tiempo. Tengo muchos sueños, metas e ideas de lo que debe ser mi vida, y vivo en constante choque con lo que la gente espera de mi, lo que cree que debo hacer y lo que yo creo entender que debo emprender. Vaya que es una sensación extraña.

Hace dos días me pasé la tarde jugando cosquillas con mi hermano, jugando ajedrez, cartas de Yu-gi-oh! y viendo "Malcom in the Middle" de cabeza en la sala de mi casa. De lo más normal si me lo preguntan. Es lo que haría cualquier joven. Pero este domingo he alcanzado la mayoría de edad, y contrario a lo que podría pensarse, sigo viéndolo como algo normal. Después de todo, más que ser normal lo veo como algo fácil, divertido y entretenido. Porque de eso se trata ser un niño o un adolescente: de hacer cosas que los adultos creen ya no poder hacer, de ser infantiles, de no tener tacto, de caerse y llorar por conseguir heridas; ser joven se fundamenta en no pensar como lo hacen los adultos. No pensar en la economía del hogar, en el trabajo, en la política o los planes para el futuro: básicamente se vive cómodamente el día a día mientras pensamos en nuevas maneras para reír y divertirnos.

Pero poco a poco crecemos, y es evidente que la vida no son solo juegos, televisión o sonrisas bonitas. Existen responsabilidades, obligaciones, orgullos, egoísmos, egolatrías y ambiciones. Y para mí es entonces cuando empezamos darle paso al crecimiento, pues es entonces cuando vemos más allá de lo que sucede en nuestra persona. Nos detenemos a pensar en lo que sienten, odian, aman u opinan nuestros padres, maestros, vecinos o amigos. En ese momento nos enfrentamos a un reto duro, cruel e impasible: el encontrar nuestro lugar en este mar de gente que llamamos sociedad. Porque poco a poco habremos de darnos cuenta de una verdad cruda: no hay manera de tener contentos a todos con nuestras decisiones. Y es que si no somos demasiado jóvenes como para entender, somos demasiado estúpidos como para ver más allá de lo evidente o incluso lo pensamos demasiado. Es eso lo que suele decir la gente. Es decir, de alguna u otra forma hemos de aprender a abrirnos paso entre una sociedad que quiere vernos grandes, pero encima de un banco pequeño. Uno que les resulte cómodo y beneficioso. Pero no todos piensan así, y es aquí cuando otra duda interviene en nuestro crecimiento: ¿a quién debemos escuchar? Pues mientras unos nos regalan rosas, otros nos avientan cubetazos de agua y otros cuantos desean enseñarnos a sembrar semillas de diferentes características. 

Mi padre suele decir que debo aprender a construir mi propia manera de pensar, de ver la vida, de pelear y dar la cara a todo aquello a lo que deba enfrentarme. Mi madre me lo repite siempre que hablamos. Cierto, pero de alguna u otra forma mi forma de ver la vida se basará en gran medida de la manera en que aprendí a vivir de acuerdo a mi familia, a casa, a mi hogar. Pues en este lugar he sido yo mismo, pero también he sido miembro de una estructura. Bella y compleja, como sólo la familia puede serlo.

Entonces, retomando el tema principal y que me llevó a escribir esta bella madrugada, el día de hoy, en este momento, me siento tan ignorante e indeciso como lo habré estado cualquiera de los días del mes pasado. Lo sé: no debo esperar que la madurez llegué como el foco que se enciende sobre la cabeza de los chistosos personajes de las caricaturas, pero en un lapso de tiempo corto muchas personas me han hecho la misma pregunta ¿Qué se siente ser un adulto?  Y mi respuesta ha sido la misma desde la primera vez: Nada, todavía nada. Pero, en el fondo, las cosas están cambiando. Pero no a partir de estas fechas, sino de algunos años para acá. Porque ahora pienso en mi carrera, porque me pregunto porqué estoy aquí. Porque me he estado preguntando qué camino debo seguir, porque empiezo a ver más allá de mi mano y me emociona en exceso lo que veo, pero me frena la sensación de enfrentarme al error. 

Hace poco una persona a la cual en verdad estimo nos dijo a mis amigos y a mi: Ustedes son débiles. Me enfureció el escucharlo hablar así. ¿Quién se creía él para hablar así? ¿Es que acaso él no le temía a nada? ¿Es que acaso él lo sabía todo? Pero me he dado cuenta de que, sin tener la razón, afirmó algo cierto. Efectivamente, somos débiles. Imperfectos, variantes de pensamiento e incapaces en algunos momentos de enfrentarse a una pared sin cimientos. Pero ello no es una desventaja, pues ser débil nos hace enfrentar aun más pronto las amenazas para con lo que amamos, y es entonces cuando se debe tomar una decisión; o nos convertimos en personas más fuerte o seguimos con la cabeza gacha, avergonzados de ser lo que somos. Y, personalmente, quiero mi cabeza bien alta. Quiero sonreírle a toda aquella persona que desee estar a mi lado, quiero compartir la manera en que vivo mi vida y quiero, por sobre todas las cosas, proteger todo aquello que tanto amo, empezando con mi gran familia (que ha crecido conforme conozco a más y más personas) y terminando con mis promesas, mis sueños e ideales.

Es por ello que esta noche, ahora que lo pienso, no debo sentir nada extraordinario en realidad, porque la mayoría de edad la he estado buscando desde hace tiempo, y estoy seguro de que ni siquiera he divisado una pequeña parte de su extenso significado. Pero no hay prisas. Todo, como me aconsejaron hace poco, se dará a su tiempo, sin prisas ni carreras, y será mi decisión aceptar o rechazar las respuestas que me dé la vida, más no hacerlas a un lado. Después de todo, si algo he aprendido yo, César Salvador Conde Cruz, es que puedes aprender cualquier cosa de un evento insignificante para muchos. Todo depende de qué tan abierto estés a lo que es, en opinión de muchos, diferente.

Karely: en verdad espero que nos veamos allá adelante tal y como lo escribimos en este momento de nuestras vidas. La madurez, te doy toda la razón, no se basa en algo tan banal como la edad, sino en las experiencias vividas y lo mucho o poco que se aprenda de ellas. Seamos niños de corazón siempre, jamás olvidemos que fuimos jóvenes insensatos y nunca, nunca dejemos de soñar como en nuestra infancia lo hicimos: la vida de los seres humanos siempre se ha basado en ello. En soñar alto, muy alto, y abrazar con fuerza todo aquello que con pasión y entrega nos llevara a nuestra meta. En verdad, gracias amiga, espero con ansias el vernos allí. Aquel lugar que llamamos futuro, sin tener en este momento un nombre preciso para él. 


César Salvador Conde Cruz
06 de Febrero del 2012. 3:10 de la mañana

sábado, 28 de enero de 2012

Los humanos somos débiles, frágiles e imperfectos. Desde el día en que nacemos hasta el día en que morimos pasamos nuestra vida buscando aquella felicidad y alegría que todos nos repetimos unos a otros debe existir y la cual dará sentido a nuestro existencia. Los humanos somos ambiciosos. Conforme maduramos y nuestra conciencia va despertando, una idea se adueña de nuestro corazón y mente: el de lograr aquello que tanto deseamos, ya sea para adquirir la gloria que tanto añoramos o para hacer feliz a aquellos que amamos, sin importar lo mucho o poco que tengamos que sacrificar. Somos egoístas. Los humanos somos capaces de percibir un sentimiento al cual hemos bautizado como amor. A él atribuimos muchos de nuestros aciertos y errores, mientras velamos porque no se extinga mientras buscamos a otras personas con las cuales compartirlo y verlo crecer. Pero es incoherente. ¿Cómo es posible que una raza tan confundida e inestable pueda ser capaz de afirmar siquiera que conoce aquello que rige su vida? ¿Cómo se supone que el hombre puede entender aquello mediante lo cual disfrazan sus instintos y hábitos heredados? No creo saberlo, y a la vez lo sé. De alguna manera increíble e inexplicable, los seres humanos hemos aprendido poco a poco a sufrir y pasar miseria. Somos capaces de lastimar, herir y desechar lo que otros nos brindan y viceversa. De esa manera entendimos lo que era amar. No como la idealización perfecta de un sentimiento, sino como aquello que por siempre aliviará nuestras tristezas. Es algo curioso y bello. Vivimos y crecemos bajo una regla fundamental que no hemos podido entender aún por completo: que todo aquello que preserve y proteja lo que tanto apreciamos y necesitamos, nos conducirá a la felicidad. Pero no importa si no la entendemos por completo, pues al ser tan imperfectos y frágiles, el entenderlo todo no es una obligación, sino una maravillosa decisión personal



Kizblack 
Capítulo II: Equipo 

El viento rozó el cabello de los dos jóvenes. La expresión alegre y tranquila de la muchacha contrastaba mucho con la mirada asustada y confundida de Edward Crowler.
-Pareces sorprendido -mencionó con cierto dejo de ironía la chica-.
Edward abrió la boca para decir algo, pero no pronunció palabra alguna. Varias preguntas se arremolinaban en su cabeza. ¿Quién demonios era esa persona? ¿Por qué hablaba de su hermano con tanta familiaridad? ¿Por qué decía que él era...?
-¿Quién eres tú? -preguntó torpemente Edward-.
El semblante de la chica se endureció.
-Levántate rápido y sígueme Caesar -se dio la vuelta- nos espera un largo camino por delante.
-No has respondido mi pregunta -inquirió seriamente Edward- y que te quede claro que mi nombre es Edward, Edward Crowler.
-Ése no es tu nombre, no seas estúpido -respondió la muchacha sin volver la mirada al chico-. Pero bueno, ya arreglaremos eso más tarde. Por lo pronto necesito que nos demos prisa. Hemos de llegar al Jardín del Alma antes del anochecer.
La chica empezó a caminar, hacia adelante, alejándose del chico. Edward se puso de pie lentamente y caminó en dirección contraria a ella, acercándose al borde de la banqueta, con la intención de cruzar la calle y recuperar sus pertenencias. Estaba enojado y confundido, y eso no le gustaba nada. A su parecer esas emociones no eran necesarias, pues lo entorpecían. A él le gustaba tener control de la situación siempre, y no estaba dispuesto a dejarse manipular por las simples habladurías de una loca.
Dirigió su vista al semáforo, preparándose para cruzar, pero en ese momento la chica se le acercó con prisa.
-He dicho que debemos irnos ya, ¿es que acaso no escuchaste? -preguntó ella-.
-Si no eres capaz de responder una simple pregunta, no tiene sentido que siga escuchando tus  habladurías. Así de simple -inquirió con frialdad y dureza Edward, y se dispuso a cruzar la calle-.
Al llegar al otro lado, tomó su mochila y demás objetos y echó un último vistazo a donde se encontraba la chica. Ella lo veía fijamente. 
-¿Hasta cuando vas a dudar de mi, Caesar? -expresó en voz alta la chica para hacerse oír ante el sonido del tráfico.
Edward no prestó atención y sin más se dio la vuelta con el simple objetivo de llegar a casa. Dio escasos dos pasos cuando de nuevo la voz de aquella extraña se alzó.
-Me gustará saber cómo lidiarás con las pesadillas -Edward abrió mucho los ojos- aunque creo que la palabra correcta para definirlas sería recuerdos.
¿Cómo es que sabía ella eso? Se dio la vuelta y se aproximó a ella a grandes pasos. Tenía que averiguar el propósito de esa loca. Cuando estaba a punto de volver a cruzar, alguien tomó su brazo y lo detuvo.
-Edward, que bueno que te encuentro-.
Miró a su lado, y se encontró con una compañera de su clase. De estatura mediana, cabello dorado, rizado y de hermosos ojos azules, la estudiante le sonrió. Tan pronto desvió la mirada, sin embargo, volvió a voltear para localizar a la extraña muchacha, pero ésta ya no estaba. Apretó los puños.
-¿Ya estabas por irte, no es así? ¿Es que acaso olvidaste el evento que planearon los miembros de la Planilla Estudiantil?-.
-¿Evento? ¿De qué...? ¡Oh! Creo que lo olvidé-.
Era verdad. Le habían informado de un evento sorpresa planeado para aquél viernes. Al parecer habían tenido que pedir permiso al director y a una gran cantidad de profesores para que les cedieran los campos deportivos durante aquella tarde y algunas horas de la noche. A él no le interesaba eso, por supuesto, por lo que debió haberlo olvidado al considerarlo "irrelevante".
-Nuestro grupo, al ser el más grande en términos de estudiantes del primer año, está obligado a asistir. Recuerda que, después de todo, la Planilla lo planeó para nosotros... Edward, ¿estás escuchándome?-.
-¿Eh? -respondió aturdido él-.
La extraña chica parecía haber desaparecido. Probablemente había escapado. Edward examinó con atención los espacios a su alrededor, para intentar localizarla en el caso de que estuviera escondida. Nada. Se había esfumado. La duda principal del chico, sin embargo, martillaba su cabeza con fuerza ¿Quién era aquella chica y porqué aparentaba conocer su pasado?
-Edward Crowler, sería bueno que, al menos, como muestra de respeto, me miraras a los ojos y respondieras o prestaras atención a lo que estoy diciendo -su compañera de clase empezaba a molestarse-.
Edward entonces volteó a verla con una mirada penetrante, pero guardó silencio. Sophie Lester era el nombre de aquella atractiva estudiante de 15 años. Tomaba clases en el mismo salón que Edward, y en algunas ocasiones habían tenido que trabajar juntos, pero para nada eran amigos, si acaso conocidos. Sophie tenía fama de ser en extremo divertida: a ella lo que le importaba era aprovechar al máximo su juventud, cuidar a sus amigos y experimentar todo tipo de situaciones. Por comentarios y rumores Edward sabía que practicaba ballet y que había ganado algunas competencias, destacándose por su gracia y naturalidad.
Sophia se sintió un poco incómoda por la mirada tan seria de su compañero, y bajó la cara. 
-Sólo venía a recordártelo, por si lo habías olvidad... -susurró con un tono entre avergonzado y apenado-.
-No te preocupes, en realidad me alegra mucho que me des una razón por la cual no debo llegar a casa aún -respondió con sinceridad Edward-. Será mejor que nos apresuremos a volver a la escuela para no perdernos ningún detalle.
Sophie sonrió y empezó a caminar rumbo a la escuela, aunque lo hizo con pasos lentos, como esperando a que Edward le siguiera el paso. Mientras caminaban, Edward se mantuvo en silencio. Aún le inquietaba la extraña conversación que había mantenido con la chica en el boulevard. Estaba pensando en ello, cuando su móvil empezó a vibrar. Al sentirlo, el joven rápidamente revisó la pantalla del aparato, encontrándose con que su hermana mayor lo llamaba. Contestó.
-Ed, ¿es que has olvidado que tenemos que ir al cementerio esta tarde? Debes apresurarte -le recordó su hermana con voz un tanto apresurada-.
-Lo siento Liz, no voy a poder ir esta vez -contestó el hermano con el tono más arrepentido que pudo aparentar-. Lo que sucede es que olvidé que esta tarde tengo un evento en la escuela al cual mi grupo debe asistir de manera obligatoria y, bueno, debo quedarme. 
Sophie le observó de reojo. Su hermana, al otro lado de la bocina, no contestó de inmediato. No le creía.
-Bien, supongo que es inevitable. Trata al menos de estar en casa antes de que nosotros hallamos regresado, ¿está bien?-.
-¡Por supuesto!-.
-Entonces nos vemos más tarde. Diviértete y buena suerte-.
-Lo mismo digo -contestó muy a su pesar Edward-.
Tan pronto colgó con su hermana, Sophie le hizo una pregunta.
-¿Algún pendiente?-.
-Pues sí -respondió en un intento de sonar natural- lo que sucede es que fue durante este día, pero hace 5 años, que mi hermano mayor falleció, y es tradición el que durante estas fechas visitemos su tumba.
Al escuchar esto, Sophie reaccionó notablemente apenada.
-Oh, en verdad no era mi intención entrometerme en algo como eso, y supongo que por eso no regresarías a la escuela; de verdad lo lamento, es sólo que pensé que tú... bueno, en verdad lo siento -exclamó la chica mientras se encogía de hombros-.
-No te preocupes -respondio Edward-. Cosas como ésta pasan cada año, y para serte sincero hoy no quería ir a ver a mi hermano. No estoy de humor -remató con un dejo de molestia-.
Sophia se dio cuenta de que la muerte del hermano de su compañero tenía un doloroso y triste trasfondo, pero en lugar de preguntar se limitó a guardar silencio, pensativa y un poco avergonzada. Cinco minutos después estaban ya ambos en la escuela. Al cruzar el enrejado principal, se encontraron con un mar de estudiantes que, entre risas y gritos, se mostraban animados y emocionados. Tan pronto estuvieron lo suficientemente cerca, un muchacho alto, de llamativa tez morena, se acercó a Sophie y le tomó el brazo.
-Hey, ¿pero qué..? ¡Oh, pero si eres tú, Ralf! ¡Recordaba haberte dicho que me esperaras en el aula!
-Sí bueno, te retrasaste y me preocupé -respondió el mismo con un dejo de reproche-. Ya no se sabe, quizá hubieras podido encontrarte con algún delincuente -ésto último lo expresó con un acento remarcado, mientras daba una ojeada a Edward-.
-Vale, vale, pero no debes preocuparte, sólo he ido a buscar al último compañero faltante de nuestra clase -inquirió Sophie, al parecer sin darse cuenta de lo que pasaba-. Pero, cuéntame, ¿por  qué están todos afuera?
-Lo que sucede es que empezó a decirse que el evento sorpresa de la Planilla Estudiantil estaba a punto de comenzar, y todos estamos esperando a que se informe algo más-.
Edward volteó a ver a los otros estudiantes. Todos lucían felices, emocionados y sin preocupación alguna. El solo hecho de estar allí empezó a molestarle. A su entender, todo ese tipo de actividades eran sólo un intento para mantener a los muchachos entretenidos, contentos, como mascotas amaestradas.
De repente, y ante la sorpresa de todos, una risa alegre y jovial inundó la escuela. Sin duda alguna provenía de un sistema de sonido, concluyó Edward.
-Bienvenidos sean todos, queridos y apreciados compañeros, a nuestro primero evento oficial como la Planilla Estudiantil num. 48 de nuestra adorada preparatoria. Ahora bien, si gustan dejar de buscarnos bajo tierra y dirigen sus vistas aquí ariba, podremos establecer las bases de este singular juego-.
-¿Juego?-.
-¿Bases?-.
-¡Miren allá, justo en el techo, los miembros de la Planilla están todos allí!
Era verdad. Justo en la esquina derecha del edificio principal, un tanto escondidos por un enorme tanque de agua, los cuatro miembros de la Planilla Estudiantil observaban a todos con una amplia sonrisa, en especial su líder, acomodado en una pequeño sillón con micrófono en mano.
-Antes de proceder, debo recordarles que todo esto se debe, además de la importante colaboración de profesoras y profesores, y del recién nombrado director, a vuestros tres compañeros que me acompañan, sus representantes y miembros de la Planilla Estudiantil, ¡Marcus Foster, Dahían Misses y Alexis Kyles! -gritó con entusiasmo el joven y apuesto muchacho-. Y bueno, a mi ya me conocen, así que no falta mucha presentación: mi nombre es Alexander Gless y espero, de corazón que disfruten de la actividad tanto como nosotros lo hicimos mientras la planeábamos
Los tres jóvenes, notablemente mayores que el resto del estudiantado, saludaron desde arriba, y todos los jóvenes aplaudieron; Edward lo hizo por simple respeto. Algunas chicas frente a él empezaron a silbar y gritarle mensajes amorosos a Alexander. Sin duda alguna aquél chico era astuto. Sabía atraer la atención del público sin dejar de mostrarse modesto.
-Ahora bien, el primer paso para iniciar el juego es hacer un equipo de cuatro personas con sus mejores amigos y amigas. Los estaremos esperando en los campos de la parte de atrás. Tienen 5 minutos para llegar allí, pero sólo los primeros 30 equipos podrán participar. ¡Dense prisa! -añadió con emoción Alexander mientras se ponía de pie-.
Tan pronto dijo aquello, los murmullos, gritos y exclamaciones de sorpresa no se hicieron esperar. Sophie tomó del brazo a Ralf y a Edward, sonriendo. 
-Aquí ya somos tres personas -inquirió con una sonrisa que se debatía entre amabilidad y amenaza a una chica que había intentado acercarse a Ralf-. Pero, si quisieras unirte a nuestro equipo, Sky's wish, eres bienvenida.
La chica se apartó rápidamente y se hundió de nuevo entre el mar de gente.
-¿A qué te refieres con Sky's wish? ¿Es que acaso has bautizado al equipo? -preguntó contrariado Ralf-.
-¡Por supuesto! Todo equipo necesita un nombre para poder considerarse uno -respondió Sophie como si de algo obvio se hablara-.
-¿Y por qué estoy dentro de tu equipo? -inquirió Edward-.
-¡Es cierto, tú y yo podemos hacerlo solos! -añadió Ralf prestando atención de nuevo al muchacho que acompañaba a su amiga-.
-Bueno, estarás con nosotros porque los equipos son de cuatro participantes, en primer lugar. Además -aclaró con gentileza la chica- eres un chico muy inteligente que seguramente nos será de mucha utilidad.
Tras decir esto la chica soltó una risa malévola y se dedicó a observar a su alrededor para buscar a otros posibles candidatos para su equipo. Ambos varones se miraron contrariados.
-Sin duda alguna ella es... -empezó Edward-.
-Una persona muy ventajosa -completó Ralf-.
Al darse cuenta de sus palabras, ambos chicos hicieron una mueca y se cruzaron de hombros, como queriendo ignorar al otro.
-¡Necesitamos un último compañero para participar! ¡Por el amor de Dios, hay una cantidad exagerada de chicas, y todas parecen estar locas! ¡Si tan sólo hubiera por aquí alguna chica lista! -exclamó exasperada Sophie-.
-Eh, Sophie, por si no lo has notado tú también eres una chica -susurró Ralf con un tono que denotaba ironía-.
La chica volteó su rostro y sus grandes y encendidos ojos se concentraron en la cara de su amigo.
-¿Insinúas que me parezco a esas locas? -preguntó con un enojo repentino-.
-No, no, sólo quería dejarlo claro -respondió con una sonrisa apenada el chico-.
-Bien, porque no lo soy. Y, como cualquier otra cosa, si esto es un desafío habremos de ganarlo-.
Edward se limitó a observar lo que hacían los demás estudiantes. La mayoría hablaba entre sí con el objetivo de obtener más personas para sus equipos. Al parecer la mayoría de los y las jóvenes tenían uno o dos miembros, pero buscaban con prisa uno. Edward sonrió un poco. Todos se veían ridículos.
-¡A este paso no llegaremos a tiempo a los campos! -exclamó desesperada Sophie-.
-Yo puedo ayudarlos, si me permiten ser su compañera -se oyó por su derecha-.
Los tres jóvenes voltearon, y Edward sintió que un chorro de agua fría le caía en la cabeza. La misma muchacha a la que minutos antes había salvado de morir, se hallaba a su lado con un ajustado y bien planchado uniforme escolar. Sonreía con gracia y amabilidad.
-Mi nombre es Layla, Layla Sorcer, y es un placer conocerlos -añadió con respeto-.

Ending: Aimer - Re:pray


miércoles, 11 de enero de 2012

Buenas tardes. Grande ha sido mi sorpresa cuando, al revisar los documentos de mi computadora, me he encontrado con este poema, el cual no recuerdo con exactitud cuándo lo escribí, pero sí recuerdo haberlo hecho. Debo admitir que lo leí y me gustó bastante. Hace mucho que no escribo poemas, además. Sea como sea, aquí lo dejo para que le echen un ojo. Un detalle curioso es que el texto lo encontré sin título, así que os propongo que, tras leerlo, ustedes mismos lo titulen. Me encantaría saber, de esa manera, lo que piensan del mismo. En fin, como dije al principio, buenas tardes.


Título: __________________________________

No quería levantarme ya. Estaba cansado.
No quería empezar de nuevo. Me costaba demasiado.
Tuve deseos de llorar. Me sentía demasiado solo.
La cama era demasiado grande para mí. Te habías ido.
Te quise demasiado. Te amé con toda el alma, esa es la verdad.
¡Peleamos por tantas cosas! ¡Me hiciste reír con tantas otras!
Me enseñaste a ver la vida de una manera totalmente distinta.
Me enseñaste lo que significaba ser padre. Me acompañaste media vida.
Me sentí muy solo. Recordé aquella casa que olía tanto a ti.
Olía a tu perfume, a tu cabello. La casa entera me recordaba a ti.
Me recordaba cómo me hiciste hombre. Me recordaba que yo te hice mujer.
La casa solía contarme largas, largas historias. Solía susurrarme al oído cuando estaba más solo.
Me decía lo triste que era que te extrañara. Lloraba conmigo porque ya no estabas.
Me acompañaba cada día. Me cuidaba cada noche.
Pero nunca nada es eterno, y eso lo he aprendido bien.
Efímero, instantáneo, fugaz. La casa fue vendida. Con ella dejé atrás toda una vida.
Nunca fui particularmente amistoso. Odiaba estar con otros. Nunca nadie fue como tú.
Nadie nunca logró hacerme sonreír de nuevo. Nadie nunca logró hacerme tan feliz como lo hiciste tú.
Vagué por las calles cada noche. Todas las noches me detenía frente a la misma vieja casa. Nuestra casa.
Me quedaba dormido frente al jardín. Al menos hasta que ellos me llevaban de vuelta.
De vuelta a mi nuevo hogar, decían. El lugar donde ahora debía estar.
Donde los ancianos se quedan dormidos mientras lloran. Donde todo parece haber llegado a su fin.
Siempre dijiste que yo me adelantaría y que eso te dolería tanto que sin pensarlo me seguirías.
Erraste por mucho. No fui el primero en despedirse. No fui tan valiente como para seguirte.
El día que te fuiste no era para nada especial. Pudiste haber escogido cualquier otro.
Pudiste no haberte ido. Pudiste haber esperado un poco más. Pero siempre fuiste desesperada.
Amabas la puntualidad. Siempre te dije que todo aquello no serviría de nada.
Incluso ahora sigo pensando que no sirve para nada. Incluso ahora tus manías me siguen pareciendo tonterías.
Tonterías que no olvido. No las puedo olvidar. Tu predilección por las gardenias. Tu gusto por el arroz.
Tus rabietas por mi despreocupación. Tu sonrisa cada vez que hacíamos el amor.
Mordí la almohada y me contuve. No tenía sentido ensuciar las sábanas por algo tan mundano.
Te habías muerto. Eso era todo. No era necesario preocuparme más.
Cierto. Ahora era más libre.
Ya no escuchaba tus gritos ni tus acusaciones.
Ya no tenía que preocuparme por tus quejas sobre lo poco que cuidaba mi salud.
Jamás tendría que rendir cuentas a alguien de nuevo.
Estaba solo. Completamente solo.

domingo, 8 de enero de 2012

Eduardo, Lucy, Mónica, Eduardo: sobre sus cuatro pilares descansa mi alma, y al mismo tiempo sobre mis hombros descansa parte de su existir. No encuentro palabras para describir lo bello que es pelear y vivir día a día a su lado. No tienen idea de lo mucho que los amo.

Alejandro, Fermín, Daniel, Monserrat: sus sonrisas son un tesoro, su compañía un regalo inigualable y su amistad, su amistad no puede ser descrita. Es demasiado perfecta como para siquiera merecer palabras. Gracias por encontrarse conmigo, cada uno en su momento. Gracias por existir. 


Pero, amada mía, esto debe quedarte claro y nunca debes olvidarlo: el mundo sigue siempre, siempre girando, y poco le importan los deseos o sueños individuales...


Abrió los ojos. Se encontró de repente frente a decenas de automóviles que circulaban frente a él. Pasaban uno tras otro, cual bólidos. No sabía donde se encontraba, pero al observar sus zapatos perfectamente boleados, se percató de estar sobre la acera que conducía a la preparatoria de sus hermanos mayores. Estaba justo en la esquina, a un lado del pequeño local donde dos adultos planchaban varias prendas de ropa sin prestarle atención. El chico se sintió tranquilo al identificar su paradero. Sabía perfectamente el camino a casa desde allí. El primer paso era, obviamente, tomar un autobús o un taxi.

Se acercó lo más posible a la orilla de la banqueta, pero retrocedió al darse cuenta de la gran velocidad con la cual pasaban frente a él los automovilistas en sus máquinas. Muy apurados debían estar, pensaba. Tal vez debían ir a comer con sus familias, o recoger a sus hijos de escuelas y guarderías. Fuera cual fuera la razón, todas las personas avanzaban con prisa, incluso los peatones que pasaban tras él. No pudo reconocer a nadie.

Justo cuando divisó un taxi que adornaba su parabrisas con un letrero de plástico que comunicaba la ruta que el conductor debía seguir, una muchacha de igual estatura se detuvo a su lado, pero él no se dio cuenta. Estaba escuchando música, pero no se percató de ello hasta que vio a la chica intentando cruzar la gran avenida. Estaba ella casi a la mitad de su camino cuando un gran autobús apareció muchos metros atrás, a su izquierda. Sobresalía de entre el mar de vehículos que intentaban circular unos sobre otros. El conductor del vehículo parecía haber perdido el control de la máquina, pues no disminuyó su velocidad incluso después de observar a la joven a escasos metros frente a él.

Percatándose del peligro que corría su amiga, el chico se abalanzó tras ella, intentando alcanzarle mientras su audífono izquierdo caía de su oreja e iba a dar con el pavimento. Faltaba poco para alcanzarla, un metro, medio metro, y apenas llegó a su lado, sin pensarlo, sin dudarlo, la empujó con todas sus fuerzas hacia la orilla de la calle. Alcanzó a escuchar que ella gritaba su nombre. Lo último que vio fue el enorme camión frente a sus ojos, el cual llegó hasta él como un toro furioso, dispuesto a asesinarlo. 

Kizblack
Capítulo I: Identidad. 

Despertó asustado y bañado en sudor. Tomó sus anteojos del pequeño mueble que hacía de librero junto a su cama y lo primero que hizo fue mirar el reloj de su teléfono celular negro. Eran las 5:32. Se recostó de nuevo, intranquilo. No entraba luz por su ventana, pero a lo lejos se observaban algunos focos que hacían menos oscura la madrugada. Escuchó sonidos en el baño: sin duda alguna su hermana mayor se había levantado ya. Probablemente estaba tomando un baño, tras el cual se dirigiría a la universidad. 

Se sentía acalorado y mareado. Se levantó y aumentó el nivel de velocidad del ventilador con el pequeño control que estaba bajo su almohada. Segundos después se sentó en el borde de la cama, con los pies todavía descalzos. De su frente todavía bajaban gotas de sudor. Había sido una pesadilla, una tonta pesadilla. Pero no era una pesadilla cualquiera, no. Para Edward Crowler, aquella pesadilla era común denominador de sus noches de sueño desde hacía varios meses. Nunca lograba descifrar quién era aquella muchacha, o porque siempre acababa lanzándose a salvarla. En ninguna ocasión había hecho otra cosa, como intentar correr o pedir ayuda. Siempre se lanzaba tras ella, dispuesto a rescatarla.

Edward observó la foto que adornaba su librero. En ella sonreían cinco rostros, cada uno de complexión y rasgos diferentes, pero con un gesto alegre familiar al mismo tiempo. Su familia. Su padre, Hob, abrazaba a su esposa Lilly, mientras ambos sonreían desde atrás de sus tres hijos. Apretó los dientes. Sus hermanos lo abrazaban, uno a cada lado. Por la izquierda, Lizeth sonreía mientras su vestido color miel parecía ondearse por una repentina ráfaga de viento. Pero era la persona que se hallaba a la derecha del joven quien parecía el más feliz de entre todos. Aquél muchacho regordete, de lentes gruesos y acabado cuadrado, era su hermano mayor, Caesar, de entonces 17 años. La imagen mostraba uno de los mejores viajes familiares que Edward recordaba haber vivido. En aquella ocasión, Hob había convencido a todos de ir a la playa en medio del desayuno de un domingo cualquiera. Pese a las excusas y al límite de tiempo, la familia entera planeó rápidamente el viaje con gran entusiasmo. Ida y vuelta a una playa cercana de la ciudad. 

Aquella foto era uno de los grandes tesoros que el joven Edward poseía. Era ella la prueba de una vida que acabó un 28 de marzo: el día en que su hermano mayor perdió la vida. Una parte de su infancia que extrañaba con todo su corazón. Su hermano perdió la vida en medio de un accidente automovilístico. El estúpido joven (en opinión de Edward) intentó salvar la vida de un peatón que imprudentemente cruzó la calle y murió al intentarlo. Era ese el detalle que tanto molestaba a Edward desde hacía algún tiempo: era exactamente aquél escenario el que él soñaba noche tras noche. Al principio no le dio importancia. El trauma, la enorme pena y la ira contra el recuerdo de su hermano habían sido los principales detonantes de aquel extraño sueño, eso era lo que solía pensar. Pero pasados dos o tres meses, se percató de un curioso detalle: en todas las ocasiones, sin excepción alguna, era él el protagonista del accidente. No su hermano, sino él. Siempre él. 

El ruido de la puerta de su habitación al abrirse sacó al joven Edward de sus pensamientos. Su atractiva hermana de 20 años, Lizeth Crowler, entró y, tras observar a su hermano ya levantado, sonrió.
-Me alegra ver que ya te has levantado -empezó con una voz que se debatía entre la tranquilidad y la prisa-.
-No he dormido mucho, al fin y al cabo -sentenció con un susurro Edward-.
Su hermana notó lo dura que era su voz y se sintió preocupada. Fingió naturalidad.
-Supongo que es por la fecha, ¿no es así?-.
El joven dio un respingo y miró a su hermana a los ojos. Lo había olvidado por completo. Era 5 de febrero. 
-Lo había olvidado por completo Liz -respondió sinceramente el muchacho-.
-Hoy  hubiera cumplido 22 años, ¿verdad? Sería ya todo un hombre -dijo su hermana mientras tomaba la foto del mueble y le observaba con cariño-. 
-¿Mamá se ha levantado ya? -preguntó de improviso Edward-. No quiero verle tan temprano el día de hoy. Siempre se pone melancólica en esta fecha.
-No es para menos Ed -la joven depositó la fotografía en su lugar sin verle la cara a su hermano- era su primogénito.
Edward asintió. Desde la muerte de su hermano, cinco años atrás, a la familia le había costado mucho recuperar la tranquilidad y alegría tan típica dentro de su hogar. De hecho, el joven se preguntaba si en verdad la habían recuperado. Su madre y su padre ya no eran los mismos: lloraban por las noches al menos una vez cada 3 meses mientras recordaban a su hijo. Era por ello que Edward pensaba que la forma en que su hermano mayor había muerto era estúpida, pues había abandonado a cuatro personas que le amaban y necesitaban con locura por la vida de un peatón cualquiera. Una compañera de su clase, según le habían dicho meses después de la tragedia. Jamás le interesó conocer su nombre. No valía la pena.

-Es mejor que te bañes y te cambies deprisa. Papá se irá temprano hoy, y seguramente querrá el baño para su uso personal en unos treinta minutos más -le advirtió Lizeth, sacando al joven por segunda vez de la enorme ola de recuerdos y nostalgia que le invadían cada vez que escuchaba hablar de su hermano-. Dejaré el desayuno en el horno de microondas, para que puedas recalentarlo.
-Esta bien, muchas gracias -terminó Edward la triste conversación-.

Ocho horas después, un silencioso y distraído Edward se hallaba sentado en el último asiento de su clase de química. La misma lo había aburrido apenas había empezado, y las pésimas aptitudes de enseñanza de su profesora habían acabado por matar el poco interés que los tópicos estudiados podrían haber podido causarle. Faltaban escasos 7 u 8 minutos para que la clase acabara, y se moría de ganas por reemplazar el ruido de las estúpidas conversaciones sobre sexo y juegos de vídeo de sus compañeros por música de su teléfono celular. Era esa una de las cualidades que compartía y había heredado de Caesar: el enorme amor por un par de audífonos que le cubrieran sus oídos y lo llevaran lejos a través de los recuerdos o la imaginación. 

Edward Crowler tenía 16 años de edad y estudiaba el primer año de la preparatoria en la misma escuela que sus hermanos habían pisado algunos años atrás. Era por ello, o al menos eso creía, que la conocía perfectamente. Cada rincón, atajo, camino posible o salón de clases era bien conocido por el muchacho, quien aprovechada dicho conocimiento para ocasionalmente burlar a sus profesores o llegar a tiempo a cada clase. No tenía amigos, puesto que su actitud alegre y parlanchina se había esfumado poco a poco después del accidente de Caesar, pero era muy atractivo para las chicas de su edad. Su cabello corto y oscuro, sus grandes ojos color café, su estatura alta y postura recta y bien definida, y sus delgadas gafas color negro grisáceo, le daban una apariencia seria y culta. Era además muy listo, las materias no eran problema para él. Le gustaba jugar ajedrez ocasionalmente y beber soda frente al enorme campo que la escuela ofrecía. Era, sin duda, un joven misterioso e inteligente.

El timbre que anunciaba el final de la jornada por fin sonó. Edward no perdió tiempo y, tras tomar su mochila y cerciorarse de no dejar nada en su asiento, salió rápidamente del aula con la intención de llegar lo más pronto posible a casa y encerrarse en su habitación. Sin detener su paso, pasó por la entrada principal de la institución educativa y, tras echar un último vistazo a la escuela, siguió adelante. Era viernes por la tarde. No volvía a la escuela hasta la mañana del lunes siguiente. Lamentaba un poco no tener una clase más interesante por la cual quedarse. Con seguridad la familia querría ir al cementerio a visitar la tumba de su hermano, y como él no tenía ganas de hacerlo, cualquier excusa escolar le hubiera servido como justificación. Lo lamentaba tan sólo un poco. 

Tanto pensaba en ello, que no se percató de que estaba a punto de llegar a la misma intersección que protagonizaba sus noches de sueño. Al hacerlo, una sensación de angustia recorrió su cuerpo, mientras se detenía a observar el punto exacto en que siempre comenzaba la escena. Se aproximó al lugar y observó su alrededor. Coches, peatones y prisas. Todo parecía seguir el mismo patrón. Apretó los puños. ¿Qué significaba aquel sueño? ¿Tan grande era la necesidad de volver a ver a su hermano? Había sido un idiota al abandonarlos, después de todo. ¿Entonces por qué cuando pensaba en él su pecho le dolía y las lágrimas amenazaban con hacerse presentes? ¿Por qué había tenido que dejarlos?

De repente, una chica de larga cabellera color caoba se detuvo a su lado y, tras susurrar algo, se adelantó y corrió a través de la calle. Edward no dio crédito a lo que veía, aquella joven parecía estar a punto de suicidarse. La joven entonces se dio la vuelta y, tras mirar a los ojos asustados del muchacho, esbozó lo que parecía una pequeña y casi imperceptible sonrisa. La chica había murmurado una frase de cuatro palabras. Una simple frase sin valor alguno, que sonaba a reto, a desafío, a burla. "¿Lo harías de nuevo?". Obviamente se refería a su hermano.

De improviso, el sonido del claxon de un auto aproximándose le hizo olvidarse todo. Dejó caer todo lo que cargaba en ese instante y se lanzó tras la chica. Corrió como nunca había corrido, furioso con la estupidez de la gente y aterrado por el atrevimiento de aquella loca mujer. El automóvil color verde estaba a punto de atropellarlos, estaba cerca, muy cerca, estaba a punto de estrellarse con los jóvenes, cuando Edward, con toda la energía que su cuerpo le permitía usar, se lanzó con la chica al otro lado de la calle, mientras se aferraba a su delgada cintura. La máquina pisó el pavimento que acababan de abandonar apenas un cuarto de segundo después.

Respiro rápida y torpemente, agitado y agotado hasta el cansancio. La muchacha, todavía entre sus brazos, temblaba. Edward supuso que era presa algún tipo de ataque de pánico, pero al quitar el pelo de su cara, sorprendido notó que ella reía. Era la suya una risa alegre, sincera y contagiosa. 

-¡Así que lo has hecho otra vez, como era de esperarse!-.
-Estúpida, ¡estuviste a punto de morir! ¿Pero qué demonios estabas pensando? -soltó exasperado Edward-.
-Sabía perfectamente que me rescatarías, Caesar -respondió con dulzura la chica-.
Edward se sorprendió.
-Ese no es mi nombre, seguramente estás drogada -sabía el nombre de su hermano. ¿Quién era esa chica?-.
La chica se puso de pie con gran agilidad y, tras echar una ojeada a sus prendas, le ofreció la mano a Edward para ponerse de pie.
-No necesito estar drogada para saber que tu nombre es Caesar Crowler, el hombre cuyo acto desinteresado y justo cautivó a los dioses, y al cual le fue concedido el don y maldición de la inmortalidad a través de la resurrección en el cuerpo de otro ser humano-.

Ending: Sunset Swish - Mosaic Kakera

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Diciembre ha sido difícil. Nublado, cambiante, frío: muy difícil. Fueron varios los días en que me pregunté si lo que era, lo que hacía o lo que pensaba era correcto, o si al menos valía la pena luchar por ello. Diciembre ha sido muy difícil.

En uno de tantos días terminé llorando sin llegar siquiera a mediodía. Lloré, dudé y reclamé. Reclamé por aquellos que tanto amo, pero que muchas veces no he podido ayudar. Reclamé al cielo explicaciones, pero en ese momento se negó a verme. Repito: Diciembre ha sido difícil.

Hace poco desperté sin ánimo de seguir siendo estudiante, sin ganas de salir a la calle a defender lo que creo: sin deseos de ser yo. La gente habló y habló, el tiempo corrió y corrió, pero mi cabeza jamás prestó atención. Los rostros de cientos de órdenes, dichos y consejos me hablaron desde el espejo y tuve miedo. Bajé la cabeza durante horas y me regañé por no ser más fuerte. ¿No me escucharon? Diciembre ha sido muy difícil. 

A veces me pregunto si ella lo resolvería todo. Si alguno de sus besos podría hacerme olvidar mis penas y no dejar pasar más tiempo. Suelo hablar conmigo mismo, escondiéndome del espejo de los 900 rostros, y me pregunto, sin recibir respuesta alguna, si sería bueno siquiera hacerle saber a alguien mi profunda pena. Jamás he respondido sí a eso, mucho menos ahora. Diciembre se tornó mucho, mucho más difícil.

Mis familiares y amigos me dieron vino y la sociedad me dijo "adiós, no hay tiempo para despedirte si decides irte". Y entre presentaciones y falsas despedidas, mi alma y mi fortaleza se quedaron congeladas sin haber tomado algún vuelo. Que frío, este Diciembre me ha dejado mucho frío.

No hay esperanza, respuestas no he ya de hallar. Seguiré vagando mientras hablo con la boca y pienso sin corazón. Me dejaré llevar por la ética humana y dejaré atrás mi único sueño, "ser sumamente feliz y llegar a ser un arrugado anciano con mucho que contar". Eso me dije ayer, en medio de este doloroso Diciembre, uno de los más difíciles.

Hoy hablé con Dios. Habló a través de mi abuela y me hizo ver que este diciembre es, por mucho, uno de los más difíciles que he de vivir. Y mientras me acercaba a ella y esperaba a que lo resolviera todo con besos y abrazos, ella se limitó a hablar, hablar y hablar. Y entonces, sólo entonces, me detuve a escuchar. Y no escuche perfección, como creía debía ser. Escuche problemas, sentimientos, aspiraciones, emociones y peticiones. Me detuve a pensar en cómo hacerle sonreír. Me miró entonces a los ojos y me dijo que sí.

Regresé después a la calle, ese campo de guerra disfrazado de utopía en el que tengo que aprender a vivir. Tomé lo que había aprendido, lo deposité en una canción, caminé un rato hacia el este y lloré y tarareé sin prestar atención. Caminé sin mi suéter, sonriendo mientras dejaba atrás tanta pena por mí mismo y entendía que el destino, mí destino, me esperaba impaciente, mientras leía a muchos un cuento para dormir. Espera que, siendo feliz, vulnerable o triste, entienda que la batalla más compleja no ha sido peleada aún. Desconozco siquiera si va a ser iniciada ya. El tiempo me dará respuestas, pero yo he de sufrir y luchar por muchas otras. 

Sonriendo, pensando en  todos ustedes, me detuve en una esquina y me dije:

"Vaya que este Diciembre ha sido difícil, mucho muy difícil... pero lo he vivido con ustedes..."

domingo, 4 de diciembre de 2011

Fermín y yo nos conocimos en la preparatoria. En ese entonces ambos teníamos 15 años y estábamos llenos de ideas, pero también de miedos. Fue curiosa la manera en que hablamos por primera vez, podría decirse que fue casualidad: nuestro profesor de química me cambió de lugar al segundo día de haber iniciado el curso, justo un asiento detrás de Fermín. Así inició todo, con un simple cambio de asiento. 


Ambos empezamos a hablar de meras trivialidades, y meses después éramos ya buenos amigos. Aún ahora me parece divertido y curioso: éramos (y somos aún ahora) demasiado diferentes. De hecho recuerdo que nuestro profesor de biología alguna vez me preguntó de frente "¿Cómo es que ustedes dos pueden ser amigos? No es normal, son 2 personas completamente distintas". Y así era. Él despreocupado y aislado, yo preocupadizo y responsable. Él indiferente y sarcástico, yo con mi terco deseo de seguir siempre las reglas. Pero teníamos cosas en común, a decir verdad. Nuestro gusto por algunas series, la computación, el terror a las chicas, el desprecio al feminismo, las historias de aventuras y ciencia ficción: soñábamos en grande, con intensidad y mucha imaginación.


Dos años pasaron volando. Desventuras, risas, historias, sueños, metas, decepciones, peleas  y discusiones. Era mi mejor amigo después de todo, era normal que hubiera de todo. Pero Fermín nunca ocultó lo que sentía: no hallaba aquéllo que le impulsara a seguir adelante. La escuela, la sociedad, el mundo, daba lo mismo, aquello no significaba mucho para él. Nunca, en el tiempo que fuimos compañeros de clase, pareció responder una pregunta "¿Por qué es tan importante dar lo mejor que se tenga si al final no siempre se logra lo que se quiere ni se puede seguir siendo uno mismo?"  Poco le importaron nuestros consejos, y para el final del segundo año había reprobado tantas materias del curso que tuvo que abandonar la escuela. Por más que quisimos ayudarlo, resultó imposible: ni él mismo sabía lo que quería. Lo que el idiota cabeza dura jamás entendió fue que, incluso si eran sus decisiones las que tomaba, y las que se suponía sólo lo afectaban a él, también nos afectaban a nosotros, todos aquellos quienes lo estimábamos, pues inevitablemente en algún momento cada uno tuvo de decirle adiós.

Dark Blue Sky
Capítulo III: Invitación

Opening: Asian Kung-Fu Generation - After Dark


-Entonces todo es real, ¿¡verdad!? -mi amigo Fermín se escuchaba un tanto aterrado-.
-E... eso creo -respondí con la boca seca.
-¿Tú estás cerca? Parece que apareció por tu casa.
-Apareció justo frente a mi.
-¿¡Hablas enserio!? ¿Estás en el Tecnológico? ¿Estabas debajo de éso cuando apareció?
-Sí estoy aquí, pero no estaba debajo.Podía verle de frente, pero era enorme. ¿Dónde estás tú?  
-En la parte alta de mi casa.
Ahora que me detenía a pensarlo, aunque la figura parecía enorme, pude verle por completo. Aun más confuso, si Fermín pudo verlo, y él vivía por la Independencia, cerca del bulevar principal de la ciudad, entonces cualquier persona había podido verlo. 
-Fermín...
-¿Mande?
-¿Tú... tú escuchaste lo que dijo?
-Eso creo. Algo del amor, el odio y de una llave.
¡Madre mía, lo había escuchado además! 
-Ferb... amigo mío, esto no es normal. Estás demasiado lejos como para...
-... como para haberlo escuchado, lo sé -completó mi oración con lentitud.
-¡Conde, Conde!
Alguien gritaba mi apellido. Volteé a mi alrededor, pero no logré distinguir a nadie. 
-¿Fuiste tú Ferb? ¿Alguien  está contigo que me conoce?
-Escuché claramente que fue allá. ¿Alguno de tus nuevos amigos, quizá?
Cuando me disponía a levantarme para averiguar quien me llamaba, llegó hasta mi Karina. Como se acercaba todavía gritando mi nombre, pude darme cuenta que era ella quien me buscaba. 
-¡Conde han robado mi monedero, no puedo ir a mi casa! ¡No tengo nada de dinero para tomar un taxi! ¿Me podrías ayudar?
Acerqué el teléfono a mi oído de nuevo.
-Era Karina, debo irme Ferb.
-Está bien, luego hablamos. Espero que no se repita esto. 
-Lo mismo digo, cuídate.
Colgué, pero al instante mi teléfono volvió a sonar. Era mi madre de nuevo.
-Súbete al auto -insté a Karina- yo te llevo a casa.
-¿Estás seguro? Sólo necesito algo de dinero para irme y ya después yo te...
-Insisto -le interrumpí- súbete rápido. Con toda esta gente tan agitada no podrás salir de aquí en al menos 2 horas.
-Está bien.
Mientras ella se acomodaba en el asiento del copiloto, contesté mi celular.
-¿Bueno? ¿Mamá?
-¿POR QUÉ MADRES NO ME CONTESTAS?
-Ma... mamá, tranquila, estoy bien. Es que entre tanta gente no podía...
-ME TIENES CON EL ALMA EN UN HILO, ¿ESTÁS BIEN?
-Sí, no te preocúpes, todo está bien. Aquí no pasó nada.
-¿CÓMO NO VA A PASAR NADA SI QUIEN SABE QUÉ COSA APARECIÓ EN EL CIELO Y EMPEZÓ A HABLAR? ¡TE QUIERO AQUÍ EN ESTE MOMENTO!
Alejé un poco mi oído de la bocina. Estaba realmente furiosa.
-Madre, ¿me estás diciendo que tú también lo escuchaste?
-¡TODOS LO ESCUCHARON! ¡INCLUSO EN LA TELEVISIÓN YA ESTÁN HABLANDO DE ELLO! ¡VENTE A LA CASA YA!
-Perdona, pero no puedo aún. Una compañera se lastimó y no puede salir de aquí por toda la gente que está rodeando el edificio, y le haré el favor de llevarla a casa.
-¿HABLAS ENSERIO? ¿NO PUEDE HACERLO OTRA PERSONA?
-Créeme que no, por eso me ofrecí.
-ESTÁ BIEN, ¡PERO MUÉVETE Y TE QUIERO AQUÍ EN MENOS DE MEDIA HORA!
Cuando entré al auto, Karina se me quedó viendo.
-No recuerdo haber dicho que estuviera lastimada -afirmó con cierto dejo de enojo-.
-Créeme, es más fácil así. Si le hubiera dicho que te llevaría sólo porque sí, no me hubiera dejado.
-¡Por eso te dije que sólo me prestaras dinero!
Miré a través del parabrisas y me quedé viendo el mar de gente que corría de un lado a otro como un enjambre de hormigas enloquecidas.
-Ve eso y dime si podrías salir -le espeté.
Ella cruzó los brazos y volteó a otro lado.

Encendí el auto y traté de abrirme paso entre los estudiantes. Fue en extremo difícil, pero tras unas cuantas maniobras y unos sonidos del claxon, logré salir del lugar y me dirigí entonces a la calle que bajaba hasta la altura del campo Ichante. 
-Pudimos haber bajado por la 20 de noviembre -espetó Karina en voz baja-.
-No creo que hubiéramos podido -respondí- con el caos y la hora, nos hubiera resultado imposible bajar.
A pesar de lo dicho, me costó mucho trabajo avanzar en las calles. Varios carros y camionetas se abalanzaban unas sobre otras a grandes velocidades, e incluso los peatones atravesaban las calles sin precaución alguna. Tal parecía que todos habían visto y oído a aquella cosa. Algunos incluso corrían con las manos en alto. Logré distinguir en una esquina a unos testigos de Jehová que se abrazaban con grandes sonrisas y expresiones de regocijo. 
-¡A aquella mujer casi la atropellan con su bebe por correr de manera tan imprudente! ¡Pero que gente tan loca! -exclamó Karina-.
La ciudad entera parecía una locura. 

En cuanto estuve alado de "Salinas y Rocha", pregunté a Karina en dónde exactamente estaba su casa. Ella, ahora más tranquila pero aún sorprendida por las expresiones de la gente, me indicó detalladamente dónde girar. Cuatro minutos después me estacionaba frente a su casa, a la cual no presté mucha atención. En cuanto el motor se hubo apagado por completo, volteé  a ver a la chica y sólo pregunté una cosa.
-¿De verdad esa figura era Jesús de Nazaret, el hijo de Dios? 
Karina se encogió de hombros.
-No sé mucho sobre religión, así que no lo sé. De lo que estoy segura es de que algo apareció en el cielo: algo que no era humano.
Se dispuso a abrir la portezuela del auto cuando una voz conocida nos tomó por sorpresa a ambos.
-¡César, Karina! ¡Cuanto tiempo!
Dirigí mi vista a la pequeña puerta de la casa que un instante atrás había pasado por alto y observé salir a un querido y viejo amigo. Un poco más alto que antes (parecía que medía ya 1.80), y con el pelo visiblemente más largo, un Daniel de Jesús Yáñez Hernández de 19 años nos saludaba.
-¡Daniel, ya llegaste! ¿No se suponía que arribarías en la madrugada? -preguntó un tanto confundida Karina, pero también contenta.
-Pues ya ves, me adelanté jejeje -sonrió Daniel.
Me quedé sin habla. Hacía casi 1 año desde que no veía a Daniel. La última vez que lo vi nos habíamos despedido con la promesa de encontrarnos en alguna ocasión en el futuro. Fue durante la ceremonia de graduación de la preparatoria.
-Entonces, mi entrañable César-kun, tú también lo has visto, ¿verdad? -preguntó mi amigo con otra sonrisa.
Salí del auto y, antes de decir otra cosa, le estreché la mano con fuerza..
-Te he echado de menos, chiflado exagerado.
Daniel respondió al gesto visiblemente conmovido.
-Yo también los he extrañado mucho.
Antes de que dijera más, le di un fuerte abrazo como era mi costumbre para con aquellos a los que de verdad estimaba. 
-Por cierto Karina, deberías entrar. Tu madre está muy preocupada por lo que pasó allá arriba. Las noticias tampoco ayudan mucho, los reporteros la aterrorizaron -inquirió Daniel-.
Karina abrió mucho los ojos y, tras soltar un "Tenemos que hablar", entró corriendo a la casa. Tan pronto entró, pregunté.
-¿Reporteros? No había ninguno cuando salimos de la escuela.
-Pues al parecer ya llegaron, porque desde hace aproximadamente 5 minutos están transmitiendo desde allá. Aunque tampoco debes sorprenderte: son reporteros de noticieros locales, no te imagines a López-Dóriga o a Loret de Mola. 
Aun así me sorprendía. Sin duda a alguna el extraño acontecimiento había sorprendido a tal grado que se estaba esparciendo la noticia a través del país. 
-¿Y tú que crees César? ¿Crees que si sea Jesús? -preguntó Dany mientras me observaba con atención-.
-No sé ni siquiera quien es de verdad Jesús, así que no puedo responder esa pregunta -respondí con cierta seriedad.
-Una respuesta digna de ti, amigo mio -sentenció Daniel-.
-Supongo, supongo -dije mientras rascaba mi cabeza-.
Se hizo un silencio un tanto incómodo, pero no lo sentí como tal. Había muchas cosas que preguntarle, pero no sabía cómo empezar. Por un instante olvidé lo que acababa de presenciar. 
-Me pregunto que querrá decirme Pantoja... -susurró Daniel, absorto en sus pensamientos-.
-¿Pantoja? ¿Gabriel Pantoja?
-Sí -medio respondió Daniel-.
-¿El Gabriel Pantoja que nos impartió de Física el año pasado? 
-El mismo. Resulta que hace dos días habló con mi padre por teléfono y le pidió que me dejara venir a la ciudad porque tenía algo muy importante que decirme.
-¿Algo muy importante? -pregunté con interés- Pensé que venías por Karina.
-En parte, pero también vine por él, por lo que le dijo a mi padre... -afirmó Daniel-. Lo cierto es que aprovechando que corrieron el puente vacacional por las festividades patrias, mi padre me dejó venir.
-¿Y qué crees que quiera decirte?
-No lo tengo muy claro. Pero le dio a mi padre una advertencia extraña. 
-¿Cuál?
-Que no creyera todo lo que escuchaba de arriba.
-¿Así sin más? ¿De arriba? 
-Sí, y tranquilo, nosotros tampoco lo entendimos, pero ahora.... -inquirió con tono misterioso-.
Creí entender su gesto.
-¿Te refieres a aquello que habló?
Se encogió de hombros.
-No lo sé en realidad -exclamó con desánimo- pero eso no fue todo.
-¿Les dijo algo más? -pregunté con ansiedad-.
-Mi padre me lo acaba de decir ayer -confesó mientras me veía con una mirada preocupada-. Resulta que le dio una indicación, o mejor dicho una condición, para que pudiera verle.
-¿Y cuál fue? -pregunté con curiosidad-.
-Que no fuera solo a verle. Que fuera con un amigo en quien de verdad confiara.
-¿Un amigo en quien de verdad...?
- César, necesito que me acompañes a verlo mañana -soltó Dany con decisión. 

Ending: UNLIMITS - Haruka Kanata

*Las canciones utilizadas no son de mi propiedad. Pertenecen a su respectiva disquera, y sólo las empleo para compartir con otros usuarios. Todos los derechos para Tv Tokyo y sus respectivos dueños.